Nelson Santibáñez Rodríguez
 
Yo fuí un adolescente lector que se encandiló con la escritura de Gabriel García Márquez. En la tórridas tardes de Vallenar conocí las calles de Macondo y a sus habitantes: rocé la excitación con Pilar Ternera, sentí empatía por Piero Crispi y, cosa evidente, me fue imposible no amar a Remedios la Bella.
Muchos años despues, tal y como se dice en algunas historias, en otro rincón del mundo me encontré leyendo la novela póstuma del gran escritor colombiano: "En agosto nos vemos" y queda en evidencia que ni él ni yo somos los mismos: en este medicre cuento largo, presentado como novela, no reconozco a García Márquez.  Alcanzo a "olerlo" en uno que otro adjetivo (qué hermosa expresión se encuentra en el inicio del relato cuando la protagonista deposita "un libro intonso" en la mesa de noche), también en algunas descripciones del ambiente, pero no hay mucho más.
Este texto es un traje cortado por la pluma del Gabo, pero hilvanado y finalmente cocido por otras manos.
En el prólogo -confesión de culpa evidente- Rodrigo y Gonzalo García Barcha, hijos de García Márquez, reconocen la traición que realizan a la voluntad de su genial padre con la publicación de este libro. Apelan al juicio de las y los lectores para exculparse. Yo no los perdono.